jueves, 22 de mayo de 2008

Sólo faltan las bombas.



Sólo faltan las bombas

Por Paulino Arreola Arreola

No deseo generalizar, no hablo en este artículo de lo que sucede en el estado de Chihuahua, en la república mexicana, o en el mundo, sólo deseo comentar aquí de lo que sucede en ciudad Juárez, Chihuahua.

Sin meternos en estadísticas que, al menos en esta ciudad, caducan cada mes -pues los índices de delincuencia se incrementan continuamente- los habitantes de la ciudad somos testigos de cómo la calidad de vida de los ciudadanos se va deteriorando progresivamente debido a la violencia, a la corrupción en las esferas gubernamentales, a la ingobernabilidad, a la pobreza, al desempleo, al constante arribo a esta ciudad de gran cantidad de inmigrantes provenientes de la república mexicana y de toda la América latina, o de los repatriados de los Estados Unidos, etc.

Ya no es cosa de verlo en películas o en la televisión, ya no es necesario informarse de lo que sucede en Irak. La gran mayoría de los habitantes de este municipio hemos tenido que sufrir por lo menos un hecho lamentable debido a la problemática generalizada. La época de terror llegó.

No es difícil encontrar en nuestro derredor a alguien -si no es que a nosotros mismos- diciendo: me han graffiteado o robado mi casa, mi automóvil desapareció, me han asaltado en la calle, han secuestrado o asesinado a un familiar, vecino o amigo. Han robado mi negocio, me han amenazado de muerte, he visto cómo se vende la droga a plena luz del día, he visto cómo las policías sólo acuden por su cuota cuando alguien denuncia la existencia de narco-tienditas, he visto cómo me cortan el servicio de luz, agua o teléfono mientras que otros simplemente están colgados de los servicios, ante la complacencia, o complicidad de las autoridades.

He visto cómo los gobernantes se mantienen en constante pugna por los puestos de elección, y después los he visto en las cárceles por corruptos, por narcotraficantes, por golpeadores de mujeres, por asesinos, o en las playas del mundo disfrutando de fortunas mal-habidas, etc.

He visto cómo las pandillas de drogadictos y abusones se han adueñado de la esquina de mi casa, de la banqueta del jardín de niños, de la plaza, del callejón, etc. Si usted, amable lector, encuentra en esta ciudad a alguien que diga que eso no sucede aquí, lo felicito, se ha sacado usted la lotería, seguramente hay alguien a quien nada malo le ha sucedido, esa excepción no hace sino confirmar la regla.

Los habitantes de esta ciudad, cuando salimos a la calle para ir a nuestros empleos, a las escuelas, a los lugares de diversión o de recreación, ya no vamos confiados; ahora volteamos a ver a todos los que se nos cruzan en el camino, el rechinar de llantas en las calles ya no se escucha igual que antes, ahora pagamos más dinero en seguros de automóvil, casa, vida, etc., aunque no siempre las aseguradoras cumplen su parte del trato.

¿Qué falta para declarar que vivimos en un estado de terror? Sólo faltan las bombas. El día que el ejército o el crimen organizado lancen la primera bomba, pues ambos grupos las poseen, ese día vamos a decir que vivimos en un estado de terror. Ya no les llamaremos narcotraficantes o crimen organizado a los violentos de la actualidad, entonces les llamaremos terroristas, y nosotros seguiremos estando con nuestras familias en medio de esa guerra en la que no participamos, pero de la que quizás en parte somos culpables, por haber permitido durante tantos años que las alimañas se fueran posesionando del gobierno, que no está sino para servir al pueblo, a quien ahora recurren para solicitarle apoyo.

¿En dónde caerá la primera bomba? Yo no lo sé, pero por el color de las manchas se saca al pintor. Al tiempo.
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