miércoles, 8 de agosto de 2007

*La horrores de la guerra

Los horrores de la guerra.
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Autor: Paulino Arreola Arreola


Cuerpos despedazados, heridos y muertos. Mujeres abatidas por las balas, niños mutilados por las bombas que cayeron del cielo, ancianos con el sufrimiento incrustado en sus rostros y en sus almas cansadas de vivir en el escenario de la masacre, en el centro del “tiro al blanco.”

Soldados orgullosos de su misión. Políticos y gobernantes satisfechos por el éxito de sus ejércitos. Los que “deciden,” están planeando ya la estrategia del siguiente ataque, la siguiente ciudad, el siguiente país a donde emigrarán los ejércitos.

Millonarios festejando por el incremento en la venta de armas y la consabida ganancia. Las cuentas en los bancos crecen cada vez que cae una bomba, cada vez que se dispara una bala. A ellos no les interesa en dónde caigan o a quiénes lastimen. Las armas usadas significan ceros a la derecha en sus chequeras. Las residencias de los poderosos se expanden y se hacen más elegantes y cada vez más alejadas del pueblo. Sus niños van a la escuela y a la iglesia con sus mejores galas, sus padres rezan a Dios y dan gracias por las bendiciones recibidas, por su familia, por todo lo que es de ellos.

Edificios destruidos, puentes caídos. No hay electricidad en la ciudad que los poderosos han elegido como territorio de batalla. No hay agua para beber, ni tan siquiera para limpiarse el polvo del rostro después del bombardeo. No hay hacia dónde correr después del ataque suicida que a todos tomó por sorpresa. No hay escuela a dónde ir a estudiar. No hay iglesia a donde ir a rezar. ¿Para qué estudiar?, si no existe la certeza de amanecer mañana. ¿Para qué rezar? si no existe la certeza de que Dios escucha.

Los sufrimientos se pueden leer en los rostros. Los desprotegidos, los inocentes, las víctimas se preguntan: ¿en dónde está Dios?, y por toda respuesta cae otra bomba del cielo, destrozando el penúltimo rayo de esperanza en la sonrisa de un niño, en la mirada atemorizada del anciano, en el rostro asustado de la madre y en la impotencia del padre.

Eso y más pude percibir en la excelente exposición fotográfica que actualmente se exhibe en el vestíbulo de El Heraldo de Chihuahua. Felicidades y gracias a quien tuvo la idea de exponer esas fotografías. Felicidades a los fotógrafos que arriesgaron sus vidas para estar en el lugar de los hechos y poder traernos de primera mano la realidad que a muchos nos está vedada, o que ni siquiera queremos darnos cuenta que existe.

Esa realidad está ahí para muchos habitantes del mundo, pero a los que no nos ha afectado directamente, no nos gustaría que fuese nuestra realidad. Por eso, quizás, no hablamos mucho de “los horrores de la guerra.”

¿En dónde estás luchador que peleas por la paz? ¿Acaso te has unido a los que hacen la guerra? ¿Cuántos inocentes más deben morir para entender que la guerra no está lejos, que ya casi está a la vuelta de la esquina?

Al decir: “las imágenes dicen más que mil palabras”, en esta exposición fotográfica no es un dicho más. En este caso, las imágenes nos hacen vivir el sufrimiento de la gente que vive la desdicha de encontrarse en el campo de batalla sin quererlo. A los rostros de las fotografías, seguramente, nadie les preguntó si querían guerra. Ésta, simplemente llegó y se instaló en sus cocinas, en sus calles, oficinas y escuelas.

Sería interesante si esta exposición fuera incluida en los recorridos que se les ofrecen a los visitantes que vienen de fuera de la ciudad, del estado y del país, pues es una excelente oportunidad para recapacitar y reflexionar acerca de lo valioso que es tener paz, esperanza y libertad.

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